miércoles, 7 de agosto de 2013

4. Quid pro quo


                A la mañana siguiente, la casa se llenó de gente. El reclamo de una fiesta en la piscina fue suficiente para que familiares y amigos se acercaran el fin de semana. La casa se llenó de ruidos, voces y risas por todas partes. Emma esquivaba continuamente a Joan, no le podía sostener la mirada después de la noche anterior. Se sonrojaba con sólo pensar en lo que pasó en su habitación apenas unas horas antes. Él la observaba desde una esquina y cuando tuvo oportunidad se acercó a ella. Sabía que la ponía nerviosa y eso le encantaba.

—Cómo continúes actuado así todos se van a dar cuenta —le susurró. Esas palabras hicieron que le subieran más aún los colores. Sintió que su cara se encendía como una farola y estaba apunto de estallar. A Joan se le dibujó una radiante sonrisa en la cara y le cogió una de sus manos. Emma entró en pánico—.  Relájate —susurró Joan aferrándo firmemente a la mano que tenía cautiva entre las suyas.
—Por desgracia no vas a tener que evitarme mucho, sólo tengo una hora antes de irme al restaurante —dijo guiñándole un ojo—, cuando solicité el puesto sabía que tendría que renunciar a muchas de las diversiones del verano pero nunca imaginé esto. Hoy sábado hay bastante faena así que llegaré tarde.
Por un momento Emma casi se sintió ofendida ¿Una diversión? ¿Eso era para él? No se había parado a pensar en lo que suponía este idilio para ella. Pero entendía que las cosas tenían que ser así. Nunca quiso hacerse ilusiones, ni buscaba una relación ni nada parecido. Quería pasarlo bien, disfrutar del momento y dejarse llevar por todas esas pasiones que sentía estando con Joan. Observó como marchaba hacía las escaleras.

                   ¿Por qué la trastornaba tanto este individuo? No podía pensar en nada más que en él, en sus manos recorriendo su cuerpo, en sus labios tan cálidos y húmedos, su voz sugerente y sensual, esos ojos que la tenían hechizada... la dejaba con ganas de más. Siempre había reprimido sus deseos y ahora estaba fuera de control. Subió corriendo las escaleras y entró en la habitación de Joan cerrando la puerta con pestillo. Él se quedó inmóvil junto a la cama, no se esperaba de ella un arrebato así.

—He caído en la cuenta de que no te he dado las gracias por lo de anoche —dijo mientras se enganchaba a su cuello y le plantaba un beso apasionado en los labios.
—Ummmm nena, fue todo un placer, créeme —y se hundieron en un nuevo beso, más profundo, más húmedo... Emma notó como algo crecía bajo su pantalón y no dudo en abrirle la bragueta e introducir su mano. Joan la paró en seco y la miró fijamente.
—Nena, te daré un consejo que te servirá en muchas ocasiones: no empieces nada que no puedas acabar —ella sólo bajó la cabeza sosteniéndole la mirada y le sonrió insinuante.

                    Emma se arrodilló y le bajó los pantalones. Su miembro estaba ardiendo, palpitante y dispuesto para sus deseos. Era la primera vez que tenía un pene erecto delante. No quería que él notara su inexperiencia, así que usó los recursos que había recopilado de las pocas películas porno que había visto, la mayoría más por curiosidad que por morbo. Acercó sus labios a la punta del glande y con la lengua lo saboreó empapándolo con su saliva. Comenzó tímidamente a introducirlo dentro de su boca, cada vez más y a devorarlo como si de un helado se tratara. Nunca pensó que le iba a gustar tanto. La excitación que experimentaba sabiendo que ella era la única responsable de su placer, era incomparable. Se sentía poderosa, capaz de todo por complacer a ese hombre que, en ese mismo instante, tenía completamente a su merced. Poco a poco una gula incontrolada provocaba que succionara ansiosa el pene de su compañero y lo lubricaba al mismo tiempo con los movimientos acompasados de su mano. Lamía, mordisqueaba y chupaba aquel trozo de carne como si fuera lo único que le importaba. Nada existía fuera de esa habitación. Con la lengua lo recorría en toda su longitud para seguidamente introducirlo profundamente en su boca. Lo sacaba lentamente jugueteando con su legua mientras succionaba. Joan la tomó del pelo y provocó que aumentara el ritmo hasta que la separó bruscamente mientras llegaba al orgasmo. Un chorro de semen le cayó sobre la cara, pero eso no la detuvo. Volvió a lamer la punta para recoger las últimas gotas que aún fluían de un pene brillante, palpitante y aún erecto. En ese mismo momento llamaron a la puerta.

—Esto no puede quedar así, nena —le susurró Joan mientras se abrochaba los pantalones y ella se escabullía atravesando el baño hacia la habitación contigua. Estaba excitada, satisfecha y dichosa por hacer disfrutar y al mismo tiempo saber disfrutarlo. "Quid pro quo" pensó.






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