sábado, 18 de abril de 2015

Y AMAR TODO DE TI - Capítulo 4

Capítulo 4



—¡Alba! ¡Ya estoy en casa! —anunció con entusiasmo.
—¡Estoy arriba, Oliver! —se oyó la voz de la joven desde el piso superior.


Oliver subió de dos en dos los escalones y fue en su busca. Cuando llegó al dormitorio se encontró a su chica sentada frente al armario, con un montón de zapatos y ropa tirada por los suelos.


—No encuentro la manera de que quepa todo esto en este diminuto vestidor. No sé cómo arreglar todo este lío —se quejó mientras su novio comenzaba a reírse mientras sorteaba todo aquel laberinto desordenado en el que se había convertido su dormitorio.


Alba se giró y contempló la hermosa sonrisa que Oliver lucía en su rostro. Desde que se había mudado con él, Oliver parecía estar de mejor humor que nunca.


—¿A qué no adivinas quién ha venido a visitarme a la clínica? —preguntó tras darle un beso.


Alba enarcó sus cejas y se encogió de hombros. No conocía demasiada gente en Edimburgo como para aventurarse a probar suerte con la adivinanza. Seguramente no sería ninguno de los pocos amigos de Oliver que ella conocía.


—Angie, la hermana de Maggie. He quedado con ella y unos amigos más para salir a tomar algo. Dice que está deseando verte.


A Alba se le torció el gesto, pero compuso el semblante para que Oliver no notara su indignación. En la boda, Angie se había dedicado a coquetear con Oliver y ambas tuvieron algo más que palabras en el tocador de señoras. De aquello no se enteró nadie, pero harta de ver como aquella descarada se restregaba sin disimulo contra su novio,  no le quedó otra que tomar cartas en el asunto. Un bofetón y un jalón de pelos… poco fue lo que dio después de que Angie le confesara, sin reparo alguno, que estaba provocando a Oliver porque sabía que Alba no era mujer para él, que era demasiado niña para un hombre tan hombre. Quería demostrar a Oliver que una mujer más madura y con experiencia en la vida, podía ofrecerle mucho más que una jovencita recién salida de la universidad que no tenía donde caerse muerta.


Era cierto que Oliver y Alba se llevaban unos cuantos años, concretamente diez, pero aquellos insultos y esa intromisión en su relación era intolerable.


—¿Alba? ¿Me has oído? —le gritó Oliver desde el baño, donde estaba a punto de meterse en la ducha—. Deberías ir arreglándote, cariño.


La joven tomó aire, estaba a punto de contarle a Oliver todo lo que aquella bruja le dijo, pero luego recapacitó. No lo haría. Quizás era lo que Angie estaba buscando, que le diera un motivo a Oliver para pensar que hacer aquellas acusaciones demostraba su inmadurez.



Miró toda la ropa que aún andaba esparcida por la habitación. Por las pocas salidas a cenar que había hecho con Oliver en estas escasas semanas en la cuidad, se había dado cuenta que la gente iba bastante arreglada. Volvió a mirar el desastre que había ocasionado su repentina manía de organizar el armario y casi le entraron ganas de llorar. A estas alturas de Junio en Edimburgo rondaban una temperatura agradable, pero por la noche seguía refrescando un poco, llegando a rozar los 7º de mínima. No sabía que ponerse, para variar. Estaba harta de tanto día nublado, tanto chubasco y tanta tormenta… echaba de menos el sol de su Cádiz, la luz de sus calles… poder salir una noche en vaqueros y zapatillas de deporte y que nadie te mirara raro y, sobretodo, echaba en falta a su hermano y a su abuelo. Estaba deseando que Oliver pudiera tomarse unos días de vacaciones y regresar a su casa, aunque solo fuera por un par de semanas. Necesitaba un respiro. La morriña tras tantos meses alejada de su tierra se hacía insoportable.
           


Hacía fresco y agradeció llegar por fin al bar donde habían quedado con Angie y los amigos de Oliver, un local de moda situado en una de las calles que salían de Princess Street.
           
Al entrar, Alba comprobó como en la decoración se mezclaba magistralmente todo el encanto de los pubs escoces de siempre con una estética más moderna. Las paredes oscuras y los asientos curvos con cuerpo de madera en tonos nogal, estaban tapizados  en cuero negro, con un acolchado especial de aspecto mullido y botones repartidos geométricamente, al estilo de los clásicos sofás Chester; que iban a juego con el revestimiento de la barra también en capitoné. Aquello contrastaba con la madera antigua de suelo y dinteles y con el dorado de otros detalles ornamentales del techo y de las lámparas de araña con lágrimas de cristal que iluminaban la estancia.


Aquel local tenía varias salas y ellos pasaron a una de las más grandes, donde el resto de la comitiva les estaba ya esperando.


—Disculpad el retraso —se excusó Oliver.
—Lo importante es que ya estás aquí… estáis aquí —dijo Angie con verdadera malicia, recorriendo con la mirada el atuendo de Oliver, que se había acercado a saludarle.


Alba estuvo a punto de abalanzarse sobre ella y arrancarle la trenza morena que lucía aquella descarada. Ya lo había hecho con Caylin y su novio en la despedida de soltera. Pensó que todo aquel jueguecito se debía a las copas que llevaba encima y el ambiente distendido en el que transcurría la despedida, pero ahora, tras lo de la boda y esto, se daba cuenta de que Angie parecía ser una enamorada de lo ajeno.


Se acercó a Alba y le saludó como si todo lo que pasó en aquel tocador no hubiera pasado. La española trató de disimular lo poco que le agradaba su compañía, pero ante la cara de pocos amigos que le dedicó a Angie, esta tras presentarles a sus amigos, volvió a su asiento con una sonrisa bastante sospechosa.


—Estás preciosa, Alba —Todd se acercó en último lugar y le dio un beso en la mejilla.


Agradecida de ver una cara conocida, se sentó junto al compañero de Oliver, esquivando la compañía directa de la morena roba-hombres. Todd y su novio trabajaban juntos en la clínica veterinaria y Alba había tenido ocasión de hablar con él varias veces. Era un chico bastante simpático, de sonrisa sincera, ojos verdes y de cabellos rojizos.


—¿Por qué no habéis pedido mesa en la otra sala? Es mucho más tranquila que esta —preguntó Oliver mientras se sentaba, casualmente en el único asiento libre junto a Angie.


—Bueno, parece ser que la señorita quería ver la actuación de un grupo nuevo que toca esta noche —dijo Peter, uno de los amigos de Angie, mientras apuntaba con el dedo a la morena.


—Es un grupo buenísimo… ya lo he escuchado en otras ocasiones y os aseguro que no tienen desperdicio —Angie dedicó una sonrisa malintencionada a Alba—. Estoy segura de que serán completamente de tu gusto.

           
En aquel mismo momento la banda de músicos subía al escenario. El corazón de alba comenzó a latir acelerado. 


Todo el ruido que pudiera haber en la sala parecía haberse apagado. Las figuras de los asistentes eran solo meras sombras, que desenfocadas se perdían en el espacio. Toda la luz provenía de unos ojos azules eléctricos, que clavaban su mirada en los de ella como si nada más existiera para ellos.

viernes, 10 de abril de 2015

Y AMAR TODO DE TI - Capítulo 3

Capítulo 3


Angie voló hasta la mesa donde se encontraba Alba con el atractivo músico, y lo hizo como si de un ave rapaz se tratara, con el ojo puesto en su presa y las garras preparadas para no dejar escapar tan suculento bocado.

—¡Mmmmm! ¡Qué bien acompañada te veo, Alba! —dijo coqueta la escocesa, sin apartar sus celestes ojos de Aiden—. No nos han presentado. Yo soy Angie, la hermana de la novia.
—Encantado, Angie. Yo soy Aiden —contestó disimulando la animadversión que siempre le causaba este tipo de amigas; esas chicas que interrumpían su ritual de cortejo a sabiendas que su interés se centraba en la otra joven.

Una vez había cumplido con la presentación, Aiden se volvió de nuevo a contemplar el cautivador rostro de la joven española. Angie agitó la hucha haciendo que el sonido de las monedas reclamara la atención del músico.

—¡Aiden! Ya sabes lo que toca —dijo Angie mostrándole la hucha y poniéndole morritos.

Aiden le miró con gesto serio, enarcó una ceja y no dijo nada. La chica, al comprobar que el músico no captaba la indirecta, se precipitó hasta su boca. En el último segundo esquivó el beso de Angie, ante la mirada atónita de Alba, que no sabía si reír o apoyar a la hermana de su amiga.

—Pero… ¿a ti que te pasa? —Angie no entendía nada, se sentía profundamente ofendida.
—Prefiero pagar por un beso que merezca la pena —soltó Aiden mirando fijamente a Alba, sin importarle las miradas de desprecio que le dedicaba la recién divorciada.
—¡Ah, no! ¡Ni se te ocurra! No vendo mis besos —repuso la española adivinando sus intenciones.

Aiden sacó de su bolsillo los sesenta y cinco peniques que la chica del gorro rojo había arrojado a su vaso de café vacío. Los puso en la mesa sin apartar sus azules ojos de los marrones de ella.

—¿Es una broma? Ya te he dicho que yo no vendo mis besos… y mucho menos por tan poco.

Aiden fue más rápido que ella y sujetó su cara con ambas manos mientras posaba sus labios en los de Alba. Era mucho más tentador, casi salvaje el sentir como ella se resistía al asalto y que su boca, poco a poco, cedían y se acostumbraba a la pasión de la suya. Finalmente, se separó con cuidado. Dejando desnudos unos labios rojos por la intensidad de su beso. Ya había obtenido su premio, un precioso e inesperado regalo. Ella permanecía quieta, con los ojos cerrados. Aiden pensó que aquel beso había surtido el efecto deseado y su rostro mostró una sonrisa de satisfacción. Entonces Alba despertó del estado de trance en que se había sumido, abrió los ojos y le arreó una bofetada.

Sin inmutarse, Aiden depositó los sesenta y cinco peniques en la hucha que sostenía Angie, bloqueada por lo que acababa de presenciar.

Bonnie, yo tampoco vendo mi música… pero alguien en la estación de autobuses de Edimburgo pensó que estos peniques eran justo lo que valía mi arte. Y sé que vale mucho más… casi tanto como tus besos, Alba.

Dicho esto se levantó y se perdió tras una puerta anexa al escenario ante la incrédula mirada de Alba.La forma de pronunciar su nombre había hecho que su corazón diera un vuelco y comenzara a latir tan fuerte que creía que iba a salirse de su pecho. Sus sentimientos se entremezclaban, mantenían una lucha feroz ente sentirse agraviada o alagada por aquel insolente escocés.

* * *

El día de la boda había llegado. Tantos preparativos para que en apenas un suspiro todo acabara. Pese a los nervios de la novia durante la ceremonia, todo había salido a la perfección. Esa mezcla de tradiciones antiguas de las Highlands y las más modernas eran realmente romántica.

Oliver, al igual que los demás amigos del novio, vestía el famosísimo kilt. Alba jamás había visto a su novio con el tradicional traje escocés, así que mientras se vestían en la habitación de su hotel pudo observar con detenimiento como el joven iba colocándose cada prenda. Era todo un ritual y el resultado final le pareció mucho más sexy de lo que a priori esperaba.

Oliver era un hombre alto, con el pelo del color del trigo maduro, de un pardo dorado que iban perfecto al azul aciano de su mirada. Sus labios gruesos y su marcada mandíbula le otorgaban seriedad y dureza, pero sin restarle belleza. Alba no había perdido detalle de su atuendo y curiosa, había estado preguntando por todos los detalles que acompañaban al famoso kilt. Estaba sujeto con una hebilla en la parte frontal inferior de la falda y un cinturón y correa de cuero colocada alrededor de la cintura, de la que colgaba una especie de bolsa llamada sporran, o sea, monedero en gaélico y que iba decorada con una chapa metálica. Oliver optó por seguir el protocolo y complementó su atuendo con una camisa y la correspondiente chaqueta, una Prince Charlie jacket con pajarita. Llevaba unos calcetines largos de lana, doblados a la altura de la rodilla y sujetos con unas ligas decoradas con dos tiras de tela, las garter flashes. Sus zapatos iban atados por encima del tobillo por unos cordones, un calzado denominado ghillie brogues. Algo que había llamado poderosamente la atención de Alba fue el pequeño cuchillo que llevaba sujeto en una de las ligas, pero Oliver se encargó de informarle que el sgian dubh era simplemente un puñal ornamental.

Ya bastante cansada por el baile y con ganas de quitarse los tacones, llegaban al hotel donde se alojaban en Glasgow. Hacía dos semanas que Alba se había instalado en el apartamento de Oliver, porque el que compartía con Maggie había tenido que dejarlo. Marchó a Edimburgo justo después de la despedida de soltera de su amiga, después de aquella noche en la que un descarado escocés le había robado un beso… y aunque se apresuró a restarle importancia, el hecho era que de vez en cuando se sorprendía recordando aquel excitante momento en el que se olvidó del mundo por un instante.  

Hacía un año que Alba había terminado la carrera de Historia, que gracias a una beca pudo cursar en la universidad de Glasgow. Entonces hubiera preferido que su destino hubiera sido Edimburgo, porque así tendría cerca a Oliver; pero todo este tiempo con sus amigas no lo cambiaba por nada. Habían sido dos años de locos y, aunque echaba de menos a su familia, se había rodeado de buenas amistades. Ahora, tras verles en la boda, se daba cuenta de que les extrañaba muchísimo.

—¿En qué piensas? —preguntó Oliver al verla tan callada mientras comenzaba a desvestirse.
—En nada —contestó devolviéndole la mirada y perfilando una dulce sonrisa en sus labios.

Oliver le observaba apoyado en el quicio de la puerta. Estaba prendado de la sensualidad de sus movimientos, de la hermosa visión que suponía tener frente a él aquella belleza racial, tan distraída y ajena a la atracción sentía por ella.

—Deja que te ayude —dijo con voz ronca, acercándose hasta Alba que intentaba desabrocharse el vestido añil de dama de honor, ceñido a su silueta con diversos drapeados y con una amplia falda que se abría hasta mitad del muslo con una sugerente raja.
—Todos piensan que nosotros seremos los próximos —susurró Oliver en su oreja, haciendo que su piel se erizara.
—¿Lo dices por lo del postre?
—Bueno, eso también cuenta. Creo que es una señal.
—Ha sido trampa. Maggie ha colocado el anillo en mi copa aposta.

Oliver sonrió al oír aquello; sabía que era cierto pero no deseaba otra cosa que no fuera el obtener un por parte de Alba, que ya se demoraba demasiado en decidirse.

—Es una tradición, cariño. Quién encuentre el anillo escondido en el Cranachan será el próximo en casarse, así que tú serás la siguiente.
—Oliver, ya lo hemos hablado —Se removió incómoda, no quería volver a tocar el tema—. Aún no. Lo sabes… no me siento preparada para dejar todo, para dejar mi familia, mi país, mi ciudad...

Oliver notó la tensión en su voz y decidió dejar el asunto. Llevaba muchos años tras Alba, y ahora que había conseguido conquistarla no quería precipitarse y fastidiar todo.

—Está bien, no insistiré más… Al menos, dime que te gustó el postre. Vi como te atiborrabas de la crema batida, whisky, frambuesas y miel… con anillo incluido. Temí que te lo zamparas también —bromeó para que Alba se relajara.


Oliver estaba encantado de que por fin, su chica, después de tantos años hubiera dado el paso definitivo para que la relación avanzase. Quizás no tanto como él deseaba, pero Alba había pasado de estar algunos fines de semana con él y alguna que otra temporada, a dar el paso y por fin vivir bajo el mismo techo. De momento se apañaban bien con su sueldo de veterinario, pero esperaban sumar algo más de ingresos pronto. Le encantaba llegar a casa después de trabajar y encontrarse con Alba, su Alba. No quería presionarla más de lo debido, sabía como se las gastaba su chica y lo pronto que haría las maletas si se viera atrapada.

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