No
puedo creer que esté haciendo esto. Si me dicen hace unas horas que iba a
llamar a su puerta en plena madrugada me hubiera echado a reír, pero la culpabilidad
me está matando y no quiero seguir dando más vueltas en la cama pensando en lo
que ha pasado. Espero no equivocarme de número de habitación. Tomo aire y toco
a la puerta.
Tarda,
pero al final un poco adormilado él me abre y se queda plantado frente a mí. No
puedo mirarle directamente a la cara, me siento intimidada en su presencia. Noto
como hace un repaso a mi atuendo con la mirada. No sé por qué no me he puesto
otra cosa, las prisas nunca son buenas, pero es que si me lo pensaba y no me
dejaba llevar por este impulso repentino nunca iba a venir a buscarle. Mi
camisón parece que está encogiendo y haciéndose cada vez más corto ante el
recorrido que hacen sus ojos. Mantengo la mirada fija en el suelo, no soy capaz
de mirarle.
—¿Qué quieres? —su voz es fría y
áspera.
—Siento venir a estas horas pero… después
de lo de antes yo no podía dormir… yo… vengo a pedirte…
No
me salen las palabras, estoy tan avergonzada y me siento tan culpable en su
presencia que me he puesto a temblar como un flan. No puedo decir ni una
palabra más cuando oímos unas voces provenientes del ascensor acercándose por
el pasillo. Sin darme tiempo a reaccionar el me coge del brazo y me empuja
hasta el interior de su habitación cerrando la puerta tras de sí. La luz está
apagada pero el leve resplandor que entra a través de las cortinas ilumina
tenuemente la estancia.
—No me mires así, lo he hecho para
que no te vean así vestida —me reprende.
He vuelto a avergonzarme, debí
pensarlo dos veces antes de recorrer el pasillo del hotel medio desnuda. Al
menos es así como me siento. Él sigue con una dura actitud hacia mí. Estamos en
penumbra pero puedo intuirlo, continúa enfadado.
—He venido a pedirte que me
perdones, he sido una estúpida —por fin puedo expresar lo que he venido a
decirle aunque sea entre susurros pues apenas tengo voz.
Él
sigue apoyando su espalda en la puerta y su expresión no cambia. No sé si
seguir hablando o esperar alguna señal que me indique cual es su estado de
ánimo.
—Si eso es todo puedes marcharte.
Aquí el único estúpido he sido yo.
—No, no digas eso. Debí hacerte
caso, pero…
—Pero nada. No hay más que hablar.
Si lo que te preocupa es que te perdone puedes estar tranquila, nunca debí
meterme donde no me llaman ni preocuparme por ti.
—No seas así, ahora lo entiendo todo
y te lo agradezco. Tenías razón sobre sus intenciones, debí hacerte caso pero
es que nosotros dos no nos llevamos bien últimamente y siempre andamos
fastidiándonos el uno al otro… por eso no me di cuenta de que sólo querías
ayudarme… Creo que ya son suficientes nuestras diferencias. Podemos darnos una
tregua, ser amigos…
—¿Amigos? ¿Tú y yo?
—Sí, amigos. No sé por qué te
resulta tan extraña esa idea.
Él se aleja pasando por mi lado y
mira a la terraza exterior a través del cristal del ventanal. Puedo ver su
silueta pero no distingo sus rasgos.
—¿Vienes en plena noche a mi
habitación sólo a pedirme perdón y que seamos amigos?
La verdad es que no lo había
pensado, quizás hubiera sido mejor esperar a mañana y dejar que se apaciguaran
los ánimos. Me adelanto unos pasos pero mantengo las distancias. Parece dolido
y decepcionado pero, aunque me hable pausado y calmo, no es suficiente para
camuflar su ira. Lo conozco lo suficiente para saber que sólo se trata de la
calma que precede a la tormenta.
—También quería asegurarme de que
estabas bien.
—Lo estoy, o mejor dicho, lo estaba
hasta que has llamado a mi puerta.
Sus palabras me dejan helada. Nunca
imaginé al aventurarme a venir hasta aquí que mostraría tanta acritud hacia mí,
y me tratase con esa actitud tan fría, tan distante, tan vacía… incluso después
de lo que había pasado. Jamás me habían dolido tanto sus palabras.
—Eres un verdadero cretino cuando te
lo propones —le contesto hartándome ya de su actitud— ¿No ves que estoy arrepentida?
—Sí, ya veo. Venir al combate con
ese… ese imbécil, después de que yo te advirtiera sobre lo que decía de ti,
sacarme de mis casillas hasta no poder concentrarme en otra cosa que no fueras
tú y tus ganas de cabrearme no era suficiente. No. Tenías que aparecer más
tarde para que el muy hijo de puta se regodeara mofándose del combate que yo
acababa de perder por culpa de andar pendiente de ti y sus movimientos.
Partirle la cara era lo menos que podía hacer ¿Cómo puedes ser tan cínica de
venir ahora a pedirme perdón por una situación que tu misma provocaste? —me
reprocha mostrando el cabreo que tiene.
—¡Basta! Ya te he dicho que he sido
una estúpida pero tú no te quedas atrás. Siempre vas por ahí, con esa actitud
de machito, con tus aires de superioridad y lo que verdaderamente no soportas
es que se fijen en otro antes que en ti, no porque te importe sino por que no
aguantas que alguien crea que no eres el centro del mundo.
—¿En serio? ¿Eso piensas? Si fuera
cierto me habría ahorrado la derrota, sólo me hubiera preocupado de ganar y no
de que una tontaina como tú se deje engatusar por un donjuán de pacotilla que
sólo quiere meterse en tu cama para ir fardando por ahí de conquista.
—Y si así fuera ¿a ti que coño te
importa nada de lo que me ocurra? Nunca te ha importado y no sé porqué esta vez
iba a ser distinto, ni siquiera eres alguien a quien pueda llamar amigo.
Quedamos callados, ahora la paz
reinante en el silencio de la noche contrasta con los gritos que estábamos
dando hace unos momentos. Estoy enfadada, pero no identifico muy bien el motivo
de mi rabia, tan sólo sé que toda ella va dirigida hacia él. Cierro los ojos y
respiro profundamente intentando recuperar el control pero me saca de mis pensamientos su voz, apagada y resentida, que me habla desde la
oscuridad.
—Dime una cosa… ¿A otro le habrías
hecho caso?
Su
pregunta me coge por sorpresa. No sé que contestar, no sé que espera él que le
conteste cuando ya sabe la respuesta.
—Eso no lo sé. Ni siquiera sé por
qué no te escuché.
—Sí lo sabes. Nunca has confiado en
mí.
—¿Y a qué viene esto ahora? Lo único
que has hecho desde que te conozco es incordiarme, ponerme en situaciones
incómodas y fastidiarme todo lo que has podido, no sé cómo te atreves a
reprocharme nada…
—¿Eso es lo que piensas que he hecho?
¿Fastidiarte?
—No, eso es lo que has provocado tú
que pase entre nosotros. Nunca he confiado en ti porque nunca me has demostrado
que puedo hacerlo —le digo alzando de nuevo la voz.
Estoy cabreada, no puedo creer que
esté cuestionando mi actitud cuando es él quien siempre se ha encargado de
cargarse cualquier posibilidad de amistad entre nosotros.
—¿Desde cuándo nos conocemos?
—No recuerdo bien, desde los doce o
trece años.
—Eso es mucho tiempo… demasiado
tiempo —dice esta vez con un tono en la voz que me da escalofríos.
Él se queda nuevamente en silencio y
se gira hacia donde estoy. La habitación está a oscuras pero puedo notar su
profunda mirada taladrando la mía. Sé que está rabioso, es algo que se puede
notar por la crudeza del tono que usa al dirigirse a mí. Yo tampoco estoy
precisamente calmada. Todas las buenas intenciones y ganas de arreglar las
cosas se han esfumado y ahora tengo que contenerme para no salir corriendo de
esta habitación.
Se acerca lentamente, con una
parsimonia que me pone nerviosa. Su silueta se va haciendo cada vez más grande.
No sé que esperarme. No sé que intenciones tiene pero mi pulso se acelera y mi
respiración se entrecorta cuando se para a tan sólo dos palmos de mi rostro. No
sé que siento ahora mismo por él. En todos estos años, le he ofrecido mi
amistad, le he ignorado, le he perdonado, le he aguantado sus impertinencias,
le he llegado a apreciar, le he llegado a odiar… pero nunca me había sentido
atraída por él y eso es precisamente lo que me ocurre en estos momentos. No
entiendo nada. Y lo peor es que jamás había sentido este deseo tan intenso por
nadie. Esta mezcla de rabia y de sentimientos encontrados ha despertado mi
libido como nunca antes había experimentado y eso me desconcierta aún más.
Tengo ante mí un animal rabioso, no sé por dónde va a salir esta vez y eso me
asusta, pero extrañamente desespero ante la espera de lo que me deparará su
ataque de furia.
No me da tiempo a asumir lo que me
está pasando y sin tiempo a reaccionar, me sujeta y se precipita hasta mi boca
tomándola como suya con una ferocidad salvaje que hace que mi cuerpo entero
convulsione ante la inesperada toma de posesión de mis labios. Logro zafarme y
le proporciono una bofetada con todas mis fuerzas. Es la reacción que él
esperaba y parece que eso le anima más y vuelve a la carga ahora invadiendo mi
boca con su lengua. Mi corazón se desboca y lucho por vencer la tentación de
dejarme arrastrar a la vorágine de húmedas sensaciones que me está
proporcionando su asalto.
Intento deshacerme de sus manos que
me sujetan firmemente pero es inútil. Estoy
inmovilizada y a cada movimiento que hago para escapar de sus garras él
me devora con más ahínco y
desesperación.
No sé cuanto tiempo estamos así pero
en cuanto me suelta salgo corriendo para salir de la habitación sintiendo
retumbar las palpitaciones de mi corazón en mi sien, pero él me alcanza. Me
debato entre el deseo que siento y lo que se supone que debo hacer. Dejo mi
frente pegada a la puerta mientras él me inmoviliza con su cuerpo sobre mi espalda.
Noto su aliento acelerado en mi nuca y eso hace que se me erice el vello. Es
extraño que mi cuerpo reaccione de esta manera mientras que yo lo único que
quiero es huir de aquí y de los sentimientos por él que comienzo a destapar muy
a mi pesar.
—¿Es qué todavía no lo entiendes? No
te vayas ahora, no así… por favor. Dame una sola noche. Una noche contigo. Es
todo lo que necesito para que comprendas.
Su voz ahora es suplicante,
lastimera… teme haber cometido un grave error y aunque no quiero escucharle ni
sentir compasión ninguna por él, mi cuerpo y mi deseo creciente ante las
caricias de su respiración sobre mi piel me hacen ceder.
Comprueba que me he calmado, me
libera y yo me giro para quedar frente a él. Nos quedamos unos instantes así,
sin hablar, sin tocarnos, sin vernos… sólo nuestras agitadas respiraciones
resuenan en el silencio de la madrugada.
¿Quién es el hombre que tengo
delante? Nunca había pensado en él de este modo, jamás había sentido con nadie esta
imperiosa necesidad de que me tomara, de que me hiciera suya…
Mi yo consciente me abandona y mi
cuerpo queda expuesto al deseo que siento. «Una noche contigo.» Sus palabras se
repiten una y otra vez en mi cabeza y el deseo de concedérsela se hace cada vez
más fuerte. No aguanto más, sé que él está esperando mi respuesta y ahora soy
yo la que se lanza hasta su boca. Admito de una vez por todas que quiero
saborearla de nuevo y dejar que pase lo que tenga que pasar. Tomo sus labios y
juego con su lengua mientras sus manos recorren mi espalda produciéndome
descargas eléctricas cuando rozan mi piel. Me tira del pelo descubriendo mi
cuello para que su lengua y sus besos se abran paso hasta mi oreja.
—Por fin te tengo como siempre quise
—musita a mi oído mientras me succiona el
lóbulo produciéndome deliciosos escalofríos que terminan de derretirme por
completo.
Mis manos comienzan a subir su
camiseta mientras que esta vez soy yo la que muerdo su labio inferior sin
control, pero un quejido sale de su boca haciendo que pare ¿Cómo he podido
olvidarme?
—Déjame ver —le digo mientras busco
el interruptor de la luz sin éxito.
—No es nada, continua… —dice
mientras me vuelve a atraer hasta él.
Vuelvo a besarle pero esta vez un
poco más suave. Él me exige más ímpetu pero recuerdo lo que ha ocurrido esta
noche y dejo de morder sus labios. Simplemente me dedico a saborearlos,
acariciarlos suavemente con mi lengua y me cuelgo de sus hombros mientras le
acaricio el pelo. Siento como se derrite ante cada caricia, ante cada roce…
Me
levanta en volandas y pega mi espalda contra la pared. Su cuerpo aprisiona el
mío y noto su excitación contra mi vientre. Estoy deseando lo mismo que él y
sus besos vuelven a ser salvajes y apasionados. Me dejo arrastrar por su torrente
de pasión y logro quitarle la camiseta, esta vez sin contemplaciones. Mete las
manos por debajo de mi camisón y agarra mis caderas empujándolas contra su
erección cada vez más desafiante que se clava sobre mis muslos. Las palpitaciones
ya no sólo están en mi corazón y viajan hasta mi entrepierna, que parece que le
está pidiendo, reclamando que la tome y la llene.
Me quedo sin respiración cuando él
me arranca las bragas rompiéndolas bruscamente. Estoy esperando que entre en mí
de un momento a otro pero para mi sorpresa me baja los tirantes del camisón y
busca con ansia mis pechos. Los lametones y mordiscos que reciben mis pezones
me producen descargas eléctricas que contraen mi cuerpo, que ya más que arder
ha entrado en ebullición ante el paseo de su lengua por mi piel.
Mis uñas se clavan en sus hombros
cuando pasa a morder de nuevo mi cuello y una de sus manos se adentra hasta mi
entrepierna buscando la humedad rebosante de mi sexo, que se contrae nuevamente
al sentir como su mano lo atrapa en su totalidad. Muevo mis caderas frotándome
contra él. Me estruja más contra la pared y me traspasa el calor de su torso a
mis senos aprisionados contra su cuerpo. Mi espalda está fría y contrasta con
la calidez con la que me cobija su pecho. Unos dedos juguetones comienzan una
minuciosa exploración buscando el centro de mi placer. Comienzan a danzar
haciendo círculos alrededor de mi clítoris, haciendo que mi deseo sea casi
insoportable. Me intento mover para que lleguen a tocar lo que estoy deseando
pero él me lo impide. Chasquea su lengua y me susurra que no me mueva.
Estoy completamente a su merced y
aunque me muero de ganas de tenerlo ya entre mis piernas le dejo tomar la
iniciativa y dejarme llevar hasta donde él quiera.
Su lengua vuelve a serpentear sobre
mis senos, ya tan sensibles que cualquier roce hace que la electrificante
sensación llegue hasta mi entrepierna. Va surcando un sendero de saliva hasta
mi ombligo, mis caderas, mi monte de Venus… Sus manos recorren mis piernas de
arriba abajo y de abajo a arriba deteniéndose en mis nalgas, apretándolas con
fuerza y empujándome hasta su boca. No hace falta que me indique nada porque
mis piernas, ajenas a cualquier control que pudiera tener sobre ellas, se abren
y le dan acceso libre a lo que anda buscando.
Vuelve a torturarme con lametones
esquivos que se pasean por mi vagina evitando lo que estoy anhelando desde hace
un rato. Mi humedad se mezcla con la de su lengua y comienza a lubricarme con
mimo. Por fin, cuando ya estoy lloriqueando por su demora hace una lenta y
mojada pasada sobre mi clítoris. Me retuerzo de placer y lo agarro del pelo
para acercarlo nuevamente pero él se separa de mí y se incorpora.
Vuelve a chasquear la lengua y se
acerca a mi oreja.
—No, así no preciosa. Todavía estoy
furioso contigo y esto lo voy a hacer a mi manera, quieras tú o no quieras
—susurra en mi oído haciendo que sus palabras me suenen a promesa.
Sujeta mis manos a mis espaldas con
mis bragas, no sé si debo resistirme pero estoy completamente entregada a sus
exigencias. Aún tengo el camisón enredado en mi cintura y él lo desliza hasta
sacarlo por mis tobillos. Quedo completamente desnuda para su deleite. Me
sienta en el borde de la cama y el se arrodilla ante mí. Me abre las piernas y
me agarra de las caderas para impulsarme hasta su boca. Comienza con suaves
lametones como antes, pero la intensidad va creciendo a cada pasada. Su lengua
se aventura dentro de mí mientras él separa mis labios para dejar mi clítoris
accesible. Lo atrapa con su boca y comienza a succionarlo tirando de él con sus
labios lentamente hasta que escapa de su mordisco. Mi gemido es tan potente que
pienso que se ha enterado todo el hotel.
—No vuelvas a hacer ningún ruido más
o tendré que amordazarte —me susurra haciéndome callar.
Vuelve
a acercarse esta vez con su lengua y me lame con suavidad hasta que nuevamente
repite la misma operación de antes.
—¡Joder! —exclamo sin poder
controlarme y vuelvo a gemir.
Él vuelve a levantar la vista hasta
mí diciendo que no con la cabeza mientras chasquea su lengua.
—Tú lo has querido.
Se marcha hasta su bolsa de deporte
y vuelve con unos trozos de vendaje de los que él usa para protegerse las manos
en los combates. Con delicadeza me la coloca sobre mi boca asegurándose de que
quede firmemente sujeta para que no pueda hablar. Me besa la frente y acerca su
boca a mi cuello provocando mi reacción.
—Esta noche vas a aprender a confiar
en mí —runruneó cerca de mi oreja para seguidamente vendarme los ojos.
La excitación que siento está a punto
de hacerme estallar como si de un fuego artificial me tratara. Tengo miedo pero
quiero más, quiero que siga… sin embargo noto como se aleja de mí. El único
sentido que me queda me indica que ha abierto el minibar. Oigo sus pasos
acercarse nuevamente y escucho como abre una lata de refresco. Lo sé porque
puedo oír el burbujeo. Escucho atenta como bebe un gran sorbo. Se lo toma con
calma haciendo que yo desespere más.
—Tantas emociones me ha dado sed
¿Quieres un poco? —me dice acercándose a mi boca amordazada. Toma un nuevo
sorbo y empapa desde su boca las vendas que me tienen amordazada para que pueda
saborear el líquido que me ofrece. Su gusto es inconfundible, lo que acaba de
abrir es una lata de coca-cola.
—No
son estos labios los que quiero ver empapados —me dice mientras se arrodilla
entre mis piernas.
—Sé
que no es una bebida muy erótica, ni elegante… pero es lo que tengo a mano y
tengo sed… mucha sed.
Un
chorro de líquido frío cae sobre mi pubis haciendo que pegue un respingo. La
calidez de su lengua vuelve a envolver mi clítoris que ahora es devorado con
gula. Lame incansable cada uno de mis rincones ocultos. Vuelve a tomar otro trago de coca-cola pero
esta vez lo derrama lentamente sobre mi sexo. El contraste del frío y el calor
de su boca me hace jadear. Su lengua se vuelca en la labor de recoger la mezcla
de mis fluidos y el refresco. Estoy a punto de correrme y él lo nota. Bebe un
nuevo sorbo y lo mantiene en la boca. Separa más mis piernas y abre mis labios
genitales para cercar con sus labios mi hinchado clítoris y comienza a mover
con rapidez su lengua mientras lo sumerge en el líquido que contiene su boca.
Esa sensación me trasporta al estado más alto del placer. No aguanto más y
exploto en medio de ahogados gemidos, mi cuerpo convulsiona mientras él deja
fluir el líquido que aún contenía su boca para que se mezcle con los míos.
No
deja que me relaje cuando noto sus dedos esparciendo esa mezcla de flujo por
toda mi entrepierna. Me revuelvo buscando que me dé una tregua para recuperarme
del orgasmo pero no me deja. Sus dedos comienzan a pasearse por mi vagina y va
pasando de nuevo por mi castigado clítoris. No puedo soportarlo, me gusta pero
también me molesta al mismo tiempo. Acerca su lengua y lo mima con celo durante
unos instantes hasta haber despertando de nuevo mis deseos de continuar.
Introduce
un dedo dentro de mí y comienza a dibujar círculos. Su lengua se posa
delicadamente sobre mi clítoris y da suaves pasadas mientras que mis flujos van
resbalando por mis muslos produciéndome un cosquilleo agradable. Mete y saca el
dedo jugando sobre la cavidad de mi vagina. Lentamente desliza otro de sus
dedos hasta mi interior mientras su boca abraza mi clítoris y mueve su lengua rápidamente.
Su mano desvían la atención hasta mis pezones, que son pellizcados fuertemente
pero contrariamente a lo normalmente sentiría me produce un intenso placer.
Comienza un dulce vaivén entrando y saliendo de mí con su mano, que va
incrementándose poco a poco hasta que vuelvo a estallar en una serie de miniorgasmos
con su lengua aún estimulando mi sexo.
Me
besa en la cabeza y me quita la mordaza pero mantiene mis ojos vendados. Cuando
consigo respirar de nuevo con algo más de normalidad, deposita en mis labios su
miembro dando ligeras pasadas como si de un pintalabios se tratara. El calor
vuelve a inundarme de nuevo y abro la boca para
recibirlo, quiero hacerle vibrar como él ha hecho conmigo.
—Yo
también tengo sed… mucha sed —le digo sonando de lo más sugerente.
Tengo
los ojos vendados pero no me hace falta ver para saber que está con esa sonrisa
maliciosa que tantas veces le he visto exhibir.
Dejo
que introduzca la punta de su miembro en mi boca de nuevo y vierte el refresco
para que resbale hasta mis labios. Bebo, saboreo, lamo, succiono, muerdo… me
sujeta del pelo y marca el ritmo de mis movimientos. Sus jadeos cada vez más
intensos no hacen más que incrementar mis ganas de sentirle explotar en mi
boca. Sé que no puede aguantar más y provoco que derrame su esencia dentro de
mí. Su sabor se mezcla con el dulzor de la coca-cola.
Me
limpia los restos que me quedan en la boca, deja que beba un sorbo de la lata y
me recuesta sobre la cama. Lava con más coca-cola mi sexo empapado por toda la
excitación que estoy experimentando, y luego va vertiendo el resto de líquido
sobre todo mi cuerpo para comenzar a lamer todos los rincones de mi piel. Nunca
he experimentado una sensación tan placentera como sentir su lengua húmeda y
caliente recorrerme. Termina su exploración donde comenzó, en mi clítoris.
Escucho su respiración cada vez profunda y sé que está deseando poseerme.
Oigo
como rasga lo que intuyo que es un preservativo pero no me da tiempo de decirle
que no hace falta porque me penetra sin vacilación. Lo siento entrar con fuerza
y yo estoy tan sensible que no puedo controlarme y lanzo un grito. Se apresura
a tapar mi boca con un beso suyo.
—No
hagas que te amordace otra vez —me susurra provocando que de mi boca escape un
tremendo suspiro que vuelve a apagar con otro salvaje beso que me deja los
labios doloridos.
Entra y sale lentamente. Sabe que quiero más y
no me lo quiere dar. Continua su dulce tortura mientras siento como cada
milímetro de su miembro se va clavando en mí. Esa ardiente palpitación que me
inunda una vez y otra, tan despacio que me está volviendo loca, va rellenando
cada milímetro de mi cavidad. Su lengua no deja de buscar la mía y se
entremezclan al compás de sus envites cada vez más bruscos y acelerados al fin
para mi goce. No poder ver su cara me excita mucho más. Podría se cualquiera
pero sé que es él. Ahora sé que siempre ha sido él. Una de sus manos baja
nuevamente hasta mi clítoris y comienza a masajearlo mientras continúa con sus
embestidas. No sé como lo hace pero me hace olvidar todo, quién es él, quién
soy yo… no me importa. Sólo me concentro en aquella porción de piel que toca la
suya. No existe ninguna parte de mí si no es rozada por alguna parte de su
cuerpo. Su rudeza se desata y sus embestidas comienzan a ser extremadamente
profundas. Noto como se curva mi espalda y mi cuerpo se prepara para el
derroche de placer que me espera. Su cuerpo se
tensa y se viene dentro de mí mientras el mío en medio de espasmos
desemboca en un mega orgasmo que se intensifica y alarga. A través de mis ojos
vendados contemplo millones de luces estroboscópicas que me llevan al nirvana y
me abandono a la oscuridad.
No
recuerdo nada más. Al abrir los ojos puedo comprobar que me ha retirado las
vendas y estoy tumbada en la cama. Me sorprendo al ver mis manos liberadas y
descubro mi cuerpo desnudo y pegajoso que está tapado con la sábana. Él no está
a mi lado. De repente reparo en una silueta que se dibuja frente a la cama. Está
observándome desde un sillón con los codos apoyados sobre las rodillas y las
manos cruzadas sujetando el peso de su cabeza sobre su barbilla. No sé cuanto
tiempo llevo inconsciente pero tengo la sensación de que he dormido siglos.
—Creí
que no te ibas a despertar nunca.
Su
voz me trae de nuevo a la realidad y produce un vuelco en mi estómago. Inevitablemente
me sonrojo al pensar en lo que hemos hecho y vuelvo a cubrirme. Ante mi
reacción y mi mutismo vuelve a hablarme desde la penumbra.
—¿Va
todo bien?
Muevo
la cabeza para indicarle que sí. No sé que hacer, que decir… para mí él ya no
es el que era. Tengo ante mí un amante desconocido, alguien que creía conocer
pero que ha vuelto de revés la visión que tenía sobre su persona. Después de
esto no hay vuelta atrás, no quiero volver atrás.
Se levanta y me ayuda a incorporarme. Ahora me
trata como si fuera de cristal, nada que ver con la dureza de antes. Me
acompaña hasta la ducha y se queda observando mientras yo dejo que el agua
resbale por mi piel. Me hace sentir hermosa por la forma en la que me mira. No
dejo que mis tabús ni mi sentido del pudor me aborde en estos momentos de
completa sensualidad. Me muevo y acaricio con el jabón imaginando que son sus
manos las que me lavan. Lo miro para comprobar que me observa. Ahora puedo verle
a la luz. Sigue sin camiseta pero lleva puesto unos bóxers negros, lo que me
deja contemplar a la perfección la totalidad de su cuerpo musculado. Me vuelvo
a sentir culpable al ver la herida de su labio y su ceja partida. Le dieron
duro, pero los otros acabaron peor. En el torso está comenzando a aparecerle
grandes moratones que hacen que se me encoja el corazón y no puedo evitar que
las lágrimas caigan por mis mejillas. Vuelvo a sentirme culpable por meterle en
aquella pelea.
Él
no deja de mirarme en ningún momento y no tarda en darse cuenta de que estoy llorando
pese a estar bajo el chorro de agua. Se acerca a mí y me abraza. Permanecemos
así un rato, bajo la cascada de agua mientras yo me dejo envolver por sus
fuertes brazos mientras escucho los latidos de su corazón. No quiero que me
suelte, quiero permanecer abrazada a él para siempre. Jamás me había sentido
tan segura, tan unida ni entregada a nadie.
Toma
mi cara entre sus manos y me da un beso sentido, profundo… que me reconforta.
Yo paso mi mano por su cara, por sus heridas y la marca de golpes en su torso.
—Tranquila,
preciosa. No duele tanto como parece.
Le
ayudo a deshacerse de su bóxer, cojo una esponja y comienzo a enjabonarme
cuidadosamente. Sonrío al comprobar que vuelve a estar dispuesto para mí. Él me
deja recorrer su torso musculado, sus marcados abdominales, su fuerte espalda…
disfruto con cada palmo de su anatomía. Quiero memorizar cada centímetro de sus
músculos, la calidez de su piel… todo aquello de lo que me prohibió disfrutar horas
antes cuando me ató. Saboreo el agua que resbala por su espalda mientras mis
manos lo rodean y acarician su vientre. Cierra los ojos se deja hacer lo que
ando buscando. Deseo devolverle parte
del inmenso placer que él me ha dado. Mis manos masajean su miembro y
mis besos se siguen paseando por su nuca. No tarda en darse la vuelta y buscar
mi sexo, apretando mi cuerpo contra los azulejos de la pared.
—Te
tengo muchas ganas, son muchos años reprimiendo mis deseos y no puedo aguantar
más.
—Por
favor, deja que ahora te haga disfrutar yo. Quiero compensarte por lo que pasó
ayer —le pido cuando noto su erección buscando apresurada el camino hasta mi
interior.
—Me
has costado un título, preciosa. Vas ha tener que emplear mucho tiempo y muchos
encuentros más para que me compenses, pero de momento mi necesidad manda.
Me
eleva y lo rodeo con mis piernas. Quedo suspendida en el aire y él va dejando
que lentamente vaya deslizándome hasta tenerle por completo dentro de mí. Es
una maravillosa sensación sentir su piel sin ninguna otra barrera.
—¿Quieres que ponga un condón? Antes no quise
romper el estado de excitación en el que estabas para preguntarte —me interroga
con la mirada antes de seguir.
—No
te preocupes, tomo precauciones y… confío en ti.
Mis
palabras hacen que sonría y exhiba su perfecta dentadura. Me agarra las nalgas
y me aúpa de nuevo. Comienza a succionar mis pezones mientras yo le clavo las
uñas en la espalda y enrosco mis piernas alrededor de él. Me desliza una y otra
vez sobre su miembro haciendo que nuestros cuerpos se froten. Quiero más,
necesito más… parece escuchar mis pensamientos y deposita mis piernas en el
suelo. Me vuelve de espalda, hace que me incline hacia delante y yo me sujeto
apoyando mis manos a ambos lados del cristal de la mampara para no resbalarme.
Me embiste por detrás con fuerza, tirando de mis caderas para clavarse
profundamente en mi interior. Disfruto del bombeo de su pelvis contra mis
nalgas hasta que él se corre haciendo
que yo también lo haga una vez más mientras que la cascada de agua que cae
sobre nosotros.
Nos
lavamos y enjuagamos mutuamente. Le miro a esos ojos negros y rasgados que
tiene y caigo en la cuenta de que estoy loca por él. Todos estos años de
peleas, de desplantes, de jugarretas… no
eran más que una inútil maniobra para no admitir lo que sentimos. Volvemos a la
habitación. Me seco y busco mi camisón que sigue tirado a los pies de la cama.
—No.
No te pongas nada. Ven aquí, a mi piel le encanta el roce de la tuya —me dice
llamándome a tumbarme a su lado.
Desnudos,
agotados y satisfechos nos fundimos en un abrazo mientras nos acariciamos
suavemente.
—Nunca
me he alegrado tanto de perder un combate —me dice al oído.
—No
me lo recuerdes más por favor —le ruego mientras él se carcajea.
—Ha
merecido la pena, perdería mil veces y ¿sabes por qué? — Levanto mi cabeza y apoyo
mi barbilla sobre su pecho para poder mirarle a los ojos—. Por ti —me contesta
dando un pequeño beso en la punta de mi nariz—. Por esta noche contigo.
Recuerdo
su petición: «Una noche contigo.» No necesito más para comprender que en tan
sólo una noche con él ha cambiado mi mundo.
—No
quiero que merezca la pena sólo por esta noche. Quiero que merezca la pena por
todas las noches que quiero pasar contigo en adelante.
Él me aprieta
fuertemente contra su pecho, retira un mechón de cabello de mi rostro y me besa
demostrando todo lo siente y que tanto tiempo nos hemos negaFotografía original por Sippakorn Yamkasikorn aquí