A
la mañana siguiente, la casa se llenó de gente. El reclamo de una
fiesta en la piscina fue suficiente para que familiares y amigos se
acercaran el fin de semana. La casa se llenó de ruidos, voces y
risas por todas partes. Emma esquivaba continuamente a Joan, no le
podía sostener la mirada después de la noche anterior. Se sonrojaba
con sólo pensar en lo que pasó en su habitación apenas unas horas
antes. Él la observaba desde una esquina y cuando tuvo oportunidad
se acercó a ella. Sabía que la ponía nerviosa y eso le encantaba.
—Cómo
continúes actuado así todos se van a dar cuenta —le
susurró. Esas palabras hicieron que le subieran más aún los
colores. Sintió que su cara se encendía como una farola y estaba
apunto de estallar. A Joan se le dibujó una radiante sonrisa en la
cara y le cogió una de sus manos. Emma entró en pánico—. Relájate
—susurró
Joan aferrándo firmemente a la mano que tenía cautiva entre las
suyas.
—Por
desgracia no vas a tener que evitarme mucho, sólo tengo una hora
antes de irme al restaurante —dijo
guiñándole un ojo—, cuando
solicité el puesto sabía que tendría que renunciar a muchas de las
diversiones del verano pero nunca imaginé esto. Hoy sábado hay
bastante faena así que llegaré tarde.
Por
un momento Emma casi se sintió ofendida ¿Una diversión? ¿Eso
era para él? No se había parado a pensar en lo que suponía
este idilio para ella. Pero entendía que las cosas tenían que ser
así. Nunca quiso hacerse ilusiones, ni buscaba una relación ni nada
parecido. Quería pasarlo bien, disfrutar del momento y dejarse
llevar por todas esas pasiones que sentía estando con Joan. Observó
como marchaba hacía las escaleras.
¿Por
qué la trastornaba tanto este individuo? No podía pensar en
nada más que en él, en sus manos recorriendo su cuerpo, en sus
labios tan cálidos y húmedos, su voz sugerente y sensual, esos ojos
que la tenían hechizada... la dejaba con ganas de más. Siempre
había reprimido sus deseos y ahora estaba fuera de control. Subió
corriendo las escaleras y entró en la habitación de Joan cerrando
la puerta con pestillo. Él se quedó inmóvil junto a la cama, no se
esperaba de ella un arrebato así.
—He
caído en la cuenta de que no te he dado las gracias por lo de anoche
—dijo
mientras se enganchaba a su cuello y le plantaba un beso apasionado
en los labios.
—Ummmm
nena, fue todo un placer, créeme —y se hundieron en un nuevo beso,
más profundo, más húmedo... Emma notó como algo crecía bajo su
pantalón y no dudo en abrirle la bragueta e introducir su mano. Joan
la paró en seco y la miró fijamente.
—Nena,
te daré un consejo que te servirá en muchas ocasiones: no empieces
nada que no puedas acabar —ella sólo bajó la cabeza sosteniéndole
la mirada y le sonrió insinuante.
Emma
se arrodilló y le bajó los pantalones. Su miembro estaba ardiendo,
palpitante y dispuesto para sus deseos. Era la primera vez que tenía
un pene erecto delante. No quería que él notara su inexperiencia,
así que usó los recursos que había recopilado de las pocas
películas porno que había visto, la mayoría más por curiosidad
que por morbo. Acercó sus labios a la punta del glande y con la
lengua lo saboreó empapándolo con su saliva. Comenzó tímidamente
a introducirlo dentro de su boca, cada vez más y a devorarlo como si
de un helado se tratara. Nunca pensó que le iba a gustar tanto. La
excitación que experimentaba sabiendo que ella era la única
responsable de su placer, era incomparable. Se sentía poderosa,
capaz de todo por complacer a ese hombre que, en ese mismo instante,
tenía completamente a su merced. Poco a poco una gula incontrolada
provocaba que succionara ansiosa el pene de su compañero y lo
lubricaba al mismo tiempo con los movimientos acompasados de su mano.
Lamía, mordisqueaba y chupaba aquel trozo de carne como si fuera lo
único que le importaba. Nada existía fuera de esa habitación. Con
la lengua lo recorría en toda su longitud para seguidamente
introducirlo profundamente en su boca. Lo sacaba lentamente
jugueteando con su legua mientras succionaba. Joan la tomó del pelo
y provocó que aumentara el ritmo hasta que la separó bruscamente
mientras llegaba al orgasmo. Un chorro de semen le cayó sobre la
cara, pero eso no la detuvo. Volvió a lamer la punta para recoger
las últimas gotas que aún fluían de un pene brillante, palpitante
y aún erecto. En ese mismo momento llamaron a la puerta.
—Esto
no puede quedar así, nena —le susurró Joan mientras se abrochaba
los pantalones y ella se escabullía atravesando el baño hacia la
habitación contigua. Estaba excitada, satisfecha y dichosa por hacer
disfrutar y al mismo tiempo saber disfrutarlo. "Quid pro quo"
pensó.