No sabía cómo había sucedido pero
allí la tenía. Era sólo para él. La giró para quedarse pegado a su espalda y
apartó la cascada de rizos de su cuello mientras besaba dulcemente el lóbulo de
su oreja.
Emma sólo podía escuchar
la respiración agitada de Joan y los gemidos ahogados que incontrolados salían
de su propia garganta. Notaba como el hinchado bulto de su entrepierna punzaba
sus nalgas como una daga. Las manos de Joan se deslizaban recorriendo su
cuerpo, notando la erección de sus pezones bajo el camisón.
El joven deslizó los
tirantes por sus hombros y cayó al suelo. Sus manos se depositaron en sus
prietos pechos. No eran ni pequeños ni grandes, eran perfectos, su mano
abarcaba de forma natural esos senos con forma de lágrimas, cuyos pezones se
endurecían con su roce.
Emma que se estremecía
con cada caricia, echó un brazo hacía atrás para poder acariciarle el pelo
mientras él besaba su cuello. La puso frente a él, la besó de nuevo suavemente y
le sujetó la cara con sus manos como si fuera tan frágil como el cristal.
—¡Oh nena! —susurró— ¿Estás
segura de querer seguir?
Emma asintió con la
cabeza pues no creía poder articular ni una sola palabra. Estaba temblorosa y
de un momento a otro las piernas le podían fallar.
Joan se hizo cargo de su
nerviosismo y la rodeó en un cálido abrazo. Una brisa cálida entraba en la
habitación haciendo que se balanceara la cortina de gasa blanca haciendo una
hipnótica danza. La tomó de las manos y la recostó en la cama con delicadeza.
Se dedicó a tumbarse a su lado y a contemplar aquel hermoso cuerpo a la tenue
luz que se colaba por el balcón abierto.
Ella le miraba con esos
ojos del color de la miel, igual de dulces, igual de intensos también. Acarició
la boca de Emma con sus labios, suavemente, casi sin rozarle. Continuó el
recorrido por su cuello, sus hombros, sus senos, bajó hasta su ombligo y siguió
deslizando sus labios por el filo de su ropa íntima mientras sus manos
recorrían sus fabulosas piernas. No quería precipitarse, quería disfrutarla
como lo había hecho en sus fantasías, así que continuó con las caricias, besos
y cosquillas por sus muslos.
Emma sentía como el
hormigueo que comenzaba en su sexo se hacía cada vez más intenso y las caricias
casi le resultaban molestas. Joan, por fin comenzó a retirarle las bragas
pausadamente, deslizándola por sus muslos hasta sacarla por sus pies. Era la
primera vez que estaba completamente desnuda frente a un hombre.
Subió la mano por sus
piernas hasta su sexo. Lo notó húmedo e hinchado y comenzó a acariciar la perla
de su clítoris con la punta de su dedo, fue humedeciéndolo hasta que lo creyó
suficiente y comenzó a masajearlo, al principio suavemente y poco a poco fue
acelerando el ritmo. Hacía círculos por sus labios y pasaba por la abertura de
su vagina. En una de esas vueltas le introdujo un poco su dedo corazón, comenzó
a moverlo dentro y fuera, en cada embestida lo introducía más y más hasta
llegar al final de su mano, mientras su dedo pulgar jugueteaba con su clítoris.
Emma sentía como los
jugos le chorreaban por las ingles y abandonada al placer no hacía más que
gemir y retorcerse de gusto mientras se aferraba con fuerza a sus hombros.
—No puedo más —exhaló
Emma casi en un suspiro. Entonces Joan se separó de ella.
Se quedó mirándole a los
ojos. Quería tomarse su tiempo, la tenía justo ahí, en el punto que él quería.
Emma parecía interrogarle con su mirada suplicante. «Sí, eso es.» Quería que le deseara como él la había deseado desde la
primera vez que la vio. Quiso decir algo pero él le puso el dedo en la boca
para indicarle que no lo hiciera. Hundió su cabeza entre sus piernas y comenzó
a lamer su clítoris como un niño goloso que rebaña el plato del postre con la
lengua. Separó los labios de su vagina con los dedos de su mano para tener un
mejor acceso y apresar el clítoris con la boca y succionar sus jugos. Su lengua
se arremolinaba sobre su sexo mientras volvía a introducir su dedo arqueándolo
hacia su pubis para llegar a su punto de placer.
Emma movía sus caderas
cada vez más rápido cuando quiso darse cuenta
ella misma se estaba masajeando los pechos presa de su propia excitación. El
ritmo de los lametones se hizo más intenso y notó como oleadas de placer
inundaban todos y cada uno de los poros de su piel.
Joan percibió como Emma
arqueaba su espalda explotando en una serie de espasmos y, sin dejar que su
boca se despegara de sus labios íntimos, notó las precipitadas palpitaciones de
su sexo y como ella se perdía en un suceder de mini orgasmos, mientras ahogaba
sus gritos de placer mordiendo la almohada. Joan despegó su boca y retiró con
cuidado su dedo que estaba impregnado de la esencia de ella.
Emma hizo el intento de
incorporarse, pero Joan se lo impidió. No se resistió porque apenas tenía
fuerza y la cabeza le seguía girando con el vaivén de las emociones vividas.
Sin mediar palabra, él salió de la habitación y la dejó allí tendida, desnuda,
con la boca seca y la entrepierna húmeda.